domingo, 11 de noviembre de 2012
miércoles, 7 de noviembre de 2012
6 pasos claves para el éxito - Arnold Schwarzenegger
Hay veces en las que creemos que no somos nadie, que no somos capaces de lograr nuestros objetivos, que somos unos perdedores. En esos momentos nuestra visión está nublada, no estamos teniendo en cuenta que somos grandes, y que somos capaces de lograr aquello que nos propongamos. Para todos aquellos que han perdido la luz en algún momento, aquellos que se han levantado de las caídas, y para aquellos que aun no se han dado cuenta de cuan fuertes son...
viernes, 2 de noviembre de 2012
Retrato de un perseverante
La historia dice que este hombre fracasó en los negocios y cayó en bancarrota en 1831. Fue derrotado para la Legislatura de 1832. Su prometida murió en 1835. Sufrió un colapso nervioso en 1836. Fue vencido en las elecciones de 1836 y en las parlamentarias de 1843, 1846, 1848 y 1855. No tuvo éxito en su aspiración a la Vicepresidencia en 1856, y en 1858 fue derrotado en las elecciones para el Senado. Este hombre obstinado fue Abraham Lincoln, elegido presidente de Estados Unidos en 1860.
La lección es muy sencilla: sólo se fracasa cuando se deja de intentar.
Fuente: La culpa es de la vaca
jueves, 1 de noviembre de 2012
La Sociedad de la Información factor determinante de la desinformación
Si el hombre es el
sistema, el hombre es el problema. Esta es la gran verdad sobre el
desastroso panorama que el ser humano está haciendo del hábitat. El
balance que la ciencia y los científicos nos han dejado del siglo XX
es la amenaza del advenimiento de una especie de nuevo apocalipsis.
Si el siglo XVIII fue el de la subordinación, el XIX se caracterizó
por la proletarización y el XX por la numerificación, los avances
científicos, las guerras más brutales de aniquilamiento masivo
jamás conocidas y por los derechos humanos, el siglo XXI, en el que
acabamos de penetrar, será el siglo de la naturaleza y el de la
nueva mística o religiosidad.
Y sin embargo este
mundo moderno que cultiva hasta el paroxismo el afán desarrollista
ha generado su propio estrangulamiento. La obsesión por querer
"tener más" no solamente ha resquebrajado el equilibrio en
la sociedad generando enfrentamientos y choques internos gravísimos,
sino que ha desatado el falso mito de El Dorado en otros
pueblos que se debaten entre el aniquilamiento y la supervivencia. Se
talan los bosques, desaparecen los pulmones de la Tierra porque hay
que hacer carreteras y autopistas, ciudades o explotaciones de
progreso, los bancos de pesca se extinguen porque se esquilman los
mares, la locura del industrialismo contamina ríos y campos, las
verduras y hortalizas se extraen de las huertas infectadas, la quema
de rastrojos y los incendios contaminan más que la fuga del monóxido
de carbono urbano, el despiadado industrialismo, favorecido por
políticas gubernamentales, nos presentan el mal de la vacas locas,
poco a poco vamos abriendo más el agujero de la capa de ozono por la
Antártida, achicharrando la vida que allí había; somos nuestros
propios agentes productores del cáncer y del sida, las dos grandes
pandemias del siglo XX..... ¿Debemos seguir?
Para ese quijote
anarquista, partidario de la desobediencia civil, que es Fernando
Arrabal, lamentablemente hoy, domina la irracionalidad en el debate
político y la sociedad progresa como los cangrejos, y así vamos
ganando en complicación, incomodidad y estrechez. La responsabilidad
de las políticas impuestas en los diferentes estados del primer
mundo es manifiesta. No se puede expresar más claro en las palabras
del Nobel de Economía David Friedman: "El Estado se distingue
de las otras bandas de criminales en que pasa por ser legítimo".
Ernst Jünger, uno
de los mayores disidentes del siglo pasado, confiaba en el pronto
retorno de los dioses con el propósito de modelar un nuevo ser
humano. En la actualidad vivimos sobrecogidos bajo la más que firme
sospecha de que estamos siendo envenenados. Por eso se hace necesaria
la urgente presencia de los titanes, los interlocutores entre los
dioses y los humanos; los señores que manejan el tiempo y transmiten
sus mensajes a los dioses.
Pero también está
siendo éste el tiempo de la sociedad de la información. Y la
sociedad de la información conlleva implícita y explícitamente la
manipulación informativa, otro elemento más a añadir a la larga
lista de despropósitos que la voracidad humana está llevando a cabo
contra la naturaleza y obviamente contra sí mismo. Lo dramático es
que en su egoísmo cerril, el ser humano occidental u
occidentalizado, es completamente insensible a los permanentes
daños que provoca en su entorno de vida, reaccionando mínimamente
cuando las secuelas de su actividad se ciernen amenazadoras sobre él.
La política suicida impuesta en nombre del progreso, del desarrollo
y del modernismo lo justificará cínicamente como algo necesario,
aunque medien tibias llamadas de reproche y condena. Y en esto hay
que decir con sinceridad que en muchas ocasiones no pocos medios de
información y de comunicadores sirven como correa de transmisión
los intereses espurios de instituciones, empresas, industrias,
lobbies y gobiernos.
Este inicio de centuria nos ofrece con meridiana claridad el proceso
revolucionario en el que están inmersos los medios de información y
de comunicación. Se trata de una revolución tecnológica que a
todos afecta y cuyos febriles y dinámicos cambios está provocando
no pocas convulsiones y desajustes en todos los ámbitos sociales.
Tengo la certeza de que nos hallamos ante una revolución mucho más
importante que la histórica primera revolución industrial, y cuyo
resultado final, visto en la raya del horizonte, es un factor
principal de perturbación y contaminación.
Con la
mundialización la famosa aldea global se nos ha quedado pequeña.
Hoy, podemos conocer en tiempo real lo que está ocurriendo en
cualquier parte del mundo. Las antenas parabólicas nos traen las
imágenes del último rincón de la Tierra, de la más pequeña
islita del globo, por internet navegamos por autopistas de
información, enviamos o recibimos E-mail, bajamos en segundos
cualquier señal que viaja por el espacio y la positivamos en
imágenes, voz o escritura.
Todas estas nuevas
tecnologías del mundo de la comunicación nos conducen a la
sobresaturación, al exceso informativo. El bombardeo, la avalancha
continua y constante de noticias o hechos noticiosos, nos están
llevando a la reserva de la desinformación. El hecho paradójico es
que a un más fácil acceso a la información, cuanto mayores son las
posibilidades que tenemos para conocer lo que pasa y sus causas en
cualquier lugar del globo, mayor es en realidad la amenaza de la
desinformación. Parece un contrasentido, pero por contradictorio que
nos parezca, es una realidad de tal gravedad que nos está pasando en
cada instante durante las veinticuatro horas del día de forma
inadvertida, sin que apenas reparemos en ello. De ahí que resulte
del todo imprescindible superar la retórica ecologista por el
comportamiento ecológico.
En frase de
Rajneesh (Osho) "El mundo de hoy tiene dos opciones: meditación
o suicidio global". Así, pues, en este nuevo milenio o
retornamos desde el mundo del "tener" hacia el mundo del
"ser", como única opción del debate que nos queda, salvo
que lo que se quiera escoger sea la del suicidio global. Algo para lo
que, sin embargo, el hombre ha hecho méritos más que suficientes
durante las últimas décadas. Y nosotros, ante el tumulto
informativo que padecemos no tenemos materialmente tiempo para
asimilar, racionalizar, valorar y desarrollar nuestra capacidad de
análisis sobre los hechos que ocurren. El mayor riesgo que hoy
padece, por un lado, el periodista en nuestro mundo democrático y
desarrollado, del euro europeo, del occidente o del oriente, y el ser
humano en general como último apéndice del eslabón en la cadena
informativa, es perecer por indigestión o empacho de noticias.
Si a esto añadimos
los sutiles o groseros modos que se ejercen sobre el control y
dominio de los medios de comunicación, las despiadadas mentiras
informativas lanzadas por los estados, por los servicios de
inteligencia, las grandes corporaciones multimedia, junto a los
demoledores efectos de la publicidad y la propaganda, el panorama que
se nos presenta es verdaderamente patético. En cualquier lugar del
mundo, sea del cariz que sea su régimen político, hay una
permanente lucha abierta por la posesión de los canales
informativos. En nuestro mundo moderno y democrático la batalla se
desarrolla a veces de manera sibilina, en otras a puro navajeo; en
tanto que en otros lugares se impone de forma más brutal y
despiadada. Pero el hecho en sí es igual, porque el control de los
medios es sencillamente poder. Y el profesional de la
información/comunicación su instrumento eficaz.
Hoy vivimos en la
sociedad de la información, que no de la comunicación. Por abuso en
el uso de uno y otro hemos llegado a creer que ambos términos son
sinónimos y, sin embargo, uno y otro son radicalmente opuestos y
hasta antagónicos. La información es un acto unilateral, de uno
solo, que para que se dé no necesita la respuesta del otro; en tanto
que la comunicación requiere al menos la presencia de dos o más
interlocutores. La sociedad de la información, como dice Jean
Baudrillard, es un modo de dominación que está creando un orden
cultural nuevo cuyo resultado más visible es el aislamiento, la
atomización, la individualización, la uniformidad, la alienación
del individuo y de la sociedad en suma.
Este mensaje
totalitario deriva hacia un mundo uniformado de la sociedad de
consumo. Quien piense que la sociedad de la información crea opinión
pública está en un grave error. La opinión pública está
paralizada, se la bombardea con información y se la hunde en la
indiferencia. Del deseo de participación se ha pasado a la
inhibición más completa. Según Lipovetski "la información
aparece como una forma inédita de apatía, sin embargo, la plétora
de informaciones que nos abruman y la rapidez con que los
acontecimientos se suceden nos impiden cualquier emoción duradera."
"Por todas
partes, expresa Baudrillard, se busca hacer hablar a las masas, se
les urge a existir socialmente, electoralmente, sindicalmente,
sexualmente, en la participación, en la fiesta, en el ocio. Y nada
demuestra con más esplendor hoy día que el silencio de la masa, el
silencio de la mayoría silenciosa. La información en lugar de
transformar a la masa en energía produce aún más masa."
Habermas, otro de los grandes analistas de la sociedad de la
información, no sólo corrobora este pensamiento, sino que añade
que "los efectos de la comunicación de masas son culturalmente
regresivos."
El individuo
moderno, de la posmodernidad, de la mundialización y de la aldea
global, es completamente indiferente al mundo en el que sobrevive,
pero no porque no lo conozca, sino porque lo conoce demasiado. La
indiferencia -y vuelvo a citar a Lipovetski- lo es por exceso, no por
defecto. Esta pérdida de sentido hace que discernir entre
información y propaganda es cada día más complejo. Todos estamos
sometidos a dosis constantes de control e intoxicación. Esto es algo
que sabemos bien los periodistas. Y librarnos de ella no deja de
tener su mérito ante las coacciones de que somos objeto. Manejamos
un arma poderosa como intermediarios ante la sociedad. La presión es
una constante en el mundo de la comunicación. Y el periodista la
padece físicamente al imponerse la autocensura en el medio para el
que trabaja, como contragarantía para no poner en riesgo su medio de
subsistencia; porque, generalmente -excepto para algunos budas
intocables e impunes- cada uno está donde puede y le dejan. No donde
quiere.
Otro hecho capital es la censura descarada militar y política que
los gobiernos o estados implantan en las graves crisis o conflictos.
La Guerra del Vietnam demostró al mundo entero que las imágenes y
la labor del corresponsal de guerra puede ser más contraproducente o
hacer más daño que las bombas o las balas. La Administración
norteamericana tomó buena nota de aquella derrota, y desde la
primera Guerra del Golfo (1991) se puso en marcha el nuevo concepto
político de la información en casos de conflictos bélicos. Se nos
dijo entonces que por primera vez -y ello a pesar de la CNN- el mundo
asistiría en directo al desarrollo de la guerra, que presenciaría
en vivo, ante la pantalla de televisión, sentado cómodamente en su
sillón, las operaciones militares. La realidad fue que lo único que
vimos era el aterrizaje y despegue de aviones, el impacto de las
bombas en los objetivos fijados, un cormorán impregnado de petróleo
(el aqua infernalis como se le conocía por los alquimistas en
la Edad Media) y a un señor desde la terraza de un hotel contándonos
supuestamente lo que estaba pasando. Igual viene ocurriendo con el
resto de conflictos que se han venido sucediendo.
No se puede decir
que estemos hoy mejor informados que nunca. Tenemos, sí, una mayor
oferta informativa, pero en gran medida se trata de una información
teledirigida y controlada. Y nosotros seguimos siendo uno de sus
principales medios de transporte. Urge, pues, racionalizar la
información. Se hace necesario e imprescindible el desarrollo de
criterios selectivos ante la oferta informativa. En la búsqueda del
saber hay que tender hacia el equilibrio en la comunicación. Eso es
lo higiénico y lo útil si queremos respirar un poco de aire limpio.
Hoy la primacía del ser humano es la supervivencia sobre el Planeta,
algo que no es nada disparatado, pues ese mismo ser humano está
haciendo verdaderos méritos para desaparecer a causa de sus
constantes agresiones contra el equilibrio planetario. Pongo mi
especial acento en esto al objeto de no contribuir a ello por una
sobredosis de información controlada. Y aunque el desarrollo de una
información veraz e independiente sea una quimera no debe dejar de
ser nuestro objetivo permanente. Al menos es el mío.
por Jesús Palacios
por Jesús Palacios
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