sábado, 12 de enero de 2013

Un libro para compartir: Un mundo feliz



Aldous Leonard Huxley (1894-1963), escritor británico que emigró a los Estados Unidos, fue conocido por sus novelas y ensayos, fundamentalmente. Además publicó relatos cortos, poesías, libros de viaje y guiones. Mediante sus novelas y ensayos, Huxley ejerció como crítico de los roles sociales, las normas y los ideales. Se interesó, asimismo, por los temas espirituales, como la parapsicología y el misticismo, acerca de las cuales escribió varios libros. Al final de su vida estuvo considerado como un líder del pensamiento moderno.




Un mundo feliz (1932) es un clásico de este siglo. El autor describe una oscura metáfora sobre el futuro, muchas de las cuales se han hecho realidad de forma acelerada en los últimos años. Esta novela describe un mundo en el que finalmente se han cumplido los peores presagios: triunfa el consumismo y las ciudades se dividen en zonas aparentemente estables y seguras. Sin embargo, se ha perdido lo más importante de los seres humanos que son los valores.


Uotpía es la ciudad de la perfección. El condicionamiento está presente desde que nacen los hombres. Digo “nacen”, desde que son creados científicamente por una serie de personas que manipulan genéticamente los tubos de ensayos para que sean de una forma u otra. La estratificación social se establece en ese preciso momento. Desde el momento en que son creados ya pertenecen a una clase social determinada: alfa, beta, gamma, delta o epsilon. A cada una de esas castas le corresponde unas determinadas actividades siendo los alfas la clase superior y los epsilones la clase inferior.

Huxlley solo nos muestra un estado totalitario muy eficaz en el que los jefes políticos y sus colaboradores pueden gobernar una población de esclavos sobre los cuales no es necesario ejercer coerción ninguna porque aman su servidumbre. Lo único verdaderamente importante en este mundo es ser feliz. Todos están conformes con su posición y con su trabajo, con la forma en que les educan, con las reglas impuestas, no hay quejas por parte de nadie. Aunque tampoco es del todo así. La figura de Bernard nos ofrece la oposición a ese mundo tan perfecto. No se somete a todas las normas y siempre tiene algo incordiante que decir que hace que se alejen de él. No es feliz. No está conforme con la vida que tiene y siempre está meditando acerca de cómo hacer que las cosas cambien.

El condicionamiento de niños y el uso de drogas posteriormente; una ciencia plenamente desarrollada de las diferencias humanas que permite a los dirigentes destinar a cada individuo a su adecuado lugar en la jerarquía social y económica; el uso de un sustitutivo para el alcohol y demás narcóticos, menos dañino pero más placentero; un sistema de eugenesia a prueba de tontos, destinado a estandarizar el producto humano y a facilitar así la tarea a los dirigentes; una uniformización llevada a un extremo sorprendente; casi inexistente libertad política y económica, y total libertad sexual. La Utopía está más cerca de nosotros de lo que parece. Inducirles a amar esta forma de vida es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los ministerios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de las escuelas. Pero sus métodos son aun toscos y anticientíficos.

Por ello, hay que luchar para que esto no ocurra. Hemos de aprender de estos pronósticos y evitar que se conviertan en realidad. De nosotros depende que el mañana no sea un mundo en el que los sentimientos no importen y los valores morales no existan. Intentemos, pues, que el mundo del futuro sea mejor que el mundo del presente.

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